Estos días de primeros de año de lo que más se habla es de la ley antitabaco, resulta casi bochornoso y da a uno vergüenza ajena como país que se escuchen tantas voces críticas más propias de un país en vías de desarrollo, tercermundista, o con todos los respetos de una republica bananera.
En realidad se supone que somos o queremos ser un país avanzado, que defienda los derechos de los ciudadanos, la salud de los mismos, para ello nos fijamos en modelos que tenemos de países de nuestro entorno, en países punteros en derechos y calidad de vida como los nórdicos, en países latinos como Italia y Portugal, en países anglosajones como EEUU, Reino Unido e Irlanda, en aquellos otros de la UE como Francia y Alemania más un largo etc. Todos ellos tienen un denominador común, en ellos una ley antitabaco similar a la nuestra lleva funcionando tiempo atrás y su repercusión no sólo no genera controversia si no además aspectos muy positivos en su sociedad. Así pues es indefendible la pataleta de muchos, ya sean de una ideología u otra, fumadores los hay de todos los colores y todos en su mayoría coinciden en lo mismo, en pisotear esta ley en base a razonamientos fuera de toda razón.
Por una vez y tras mucho tiempo, el fumador pasivo, que nunca hemos tenido el derecho de no inhalar humo impuesto egoístamente por unos pocos tenemos una ley que nos protege y por la cual podemos decir que somos un mejor país, pese a que el egoísta y adicto fumador le duela.
En relación a esto y lo mucho que he podido leer estos días este es el mejor artículo que he podido leer, brillante sin duda, por eso lo comparto.
El carnaval de los vendehúmos
05.01.11 – 03:26 –
TEODORO LEÓN GROSS |
A pesar de la España ilusoria de la Transición, aquella carambola que hizo creer al mundo que este país era un remanso de tolerancia con un prodigioso ADN cruzado de socialdemócrata sueco y liberal inglés, esto sigue pareciéndose sobre todo al retrato de los hispanistas y viajeros románticos: una nación de tipos anarcoindividualistas a los que les pone desafiar las leyes, desentenderse de los deberes públicos y hacer chistes sobre el civismo. La suciedad de los espacios públicos, el griterío de los restaurantes o el récord de trampas al volante son la expresión de ese genuino espíritu nacional tan hostil al respeto por el otro. Basta un paseo por cualquier país europeo, desde Portugal a Polonia, para reconocer ese déficit cívico. Y no está mal, como estanque en el que ver reflejado este narcisismo salvaje, la reacción a la ley del tabaco. Aquí cada norma da para una secuela del motín de Esquilache.
Las soflamas contra la Ley del Tabaco se aferran a la resistencia liberal contra cualquier control del Estado y otras pamemas similares. Es fácil comprobar que los países liberales son aquellos que antes, y más enérgicamente, restringieron la agresión del tabaquismo pasivo; y en cambio, la barra libre para los fumadores se da en las sociedades más primitivas. Más vale dejarse de milongas, en España la reacción contra la ley no emana de un espíritu liberal, sino de un genoma bárbaro. La única libertad amenazada aquí es la del fumador pasivo. De hecho cualquier fumador podrá comprobar que sus derechos están muy protegidos, a condición de disfrutarlo sin agredir a otros; España sigue siendo uno de los países occidentales donde es más fácil comprar tabaco y más barato. La rebeldía contra esta Ley se nutre de una hipocresía moral disfrazada de ideología. Pero el tabaquismo pasivo no tiene que ver con el color político, sino con el cáncer.
La imagen de un asador en Marbella autoproclamado territorio independiente donde no rige el Estado de Derecho retrata ese fariseísmo. Ahí está otra vez el español anarcoindividualista que se pasa la Ley por el arco del triunfo con coartadas políticas. Pero el diccionario de la Academia no proporciona coartadas: delincuente es quien delinque; y delito es todo quebrantamiento de la Ley aunque ese patán del asador se disfrace de Espartaco de Guadalmina. En cualquier país europeo reprender a quien vulnera la Ley en perjuicio de otros, y si es necesario denunciarlo, se considera civismo básico; aquí le llaman delación o incluso maccarthysmo. El alcalde de Valladolid, tras el éxito de su provocación machista, ya ha comparado la Ley con el Holocausto judío. Esta es la catadura. Como siempre: ‘Qué país, Miquelarena, qué país’.
Fuente: diario vasco