Me he pasado la mañana entera en el SEF (servicio de empleo y formación) , he llegado a casa, y tras darle muchas vueltas me he decidido, voy a contar mi historia, la de un parado, parecida a la de cualquiera de esos cuatro millones de parados que en España somos.
Hace dos meses que estoy inscrito en el paro, el 31 de agosto, la que era mi empresa me despidió, se acababa ahí la relación estrictamente laboral hasta entonces, comenzó en ese momento el calvario de ser uno más de los parados de este país.
Primero, supongo que por la cercanía, me centré en ver las posibilidades de demandar a la empresa, las había, las hay, pero ciertamente, tras empeñar todo mi enfado y odio contra la injusta situación me vine a dar cuenta que la rendición era lo más sensato, la empresa jugó su papel, sabía los límites y sabía perfectamente que por unas cantidades determinadas no acabaría por demandar. Me costó mucho admitir que debía conformarme con esa situación, no estaba dispuesto perdonar un euro, pero, ¿qué podía hacer?, seguir adelante con mi propósito inicial era prolongar una situación que hacía un nexo de unión entre yo y la empresa que no quería mantener mucho tiempo, sobre todo, aún más llegando a la conclusión de que las posibilidades de sacar algo positivo de todo aquello eran mínimas.
Había pasado esa primera etapa en la que me desligaba de mi trabajo, pasé a otra que se convertía en decidir que hacer con mi día a día, en como llenar esas horas al día que ya no dedicas al trabajo. Esto se hace difícil, mucho, cambias rutinas, cambias lo que hacías, cambias lo horarios y tu vida se acaba por convertir en un carrusel de cosas que haces para rellenar huecos que no deseas que estén ahí, pero, ¿qué remedio tienes? hacer lo que sea es bueno, otra cosa es que lo que hagas sepas perfectamente porque lo haces y sea en ese momento cuando te desmoralizas y te haces preguntas del tipo “¿qué estoy haciendo?” Y en esas seguimos, haciendo cosas, rellenando huecos que no quiero que estén.
seguiré contando…